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Realeza

Muere la reina Isabel II de Inglaterra, referente de la monarquía europea

Este jueves ha muerto la reina Isabel II de Inglaterra a los 96 años. La segunda monarca más longeva del mundo se encontraba en el castillo de Balmoral, en Escocia, rodeada de su familia.

Su hijo el príncipe Carlos la sucede a los 73 años. Será conocido como Carlos III, ha anunciado su oficina. Su segunda esposa, Camilla, será la reina consorte.

En un comunicado, el nuevo rey ha calificado la muerte de su madre -«una soberana muy querida y una madre muy amada»- como «un momento de la mayor tristeza para mí y los miembros de mi familia. Sé que su fallecimiento será profundamente sentido en todo el país, los territorios y la Commonwealth, y por innumerables personas en todo el mundo».

El homenaje de Lizz Truss

En unas declaraciones ante la residencia de Downing Street, la flamante primera ministra Liz Truss ha asegurado que el Reino Unido «está devastado y en estado de conmoción» por el fallecimiento de la reina, a quien calificó de «fuente de estabilidad y fortaleza». La líder conservadora ha asegurado que fue «la roca» del Reino Unido moderno después de la II Guerra Mundial».

El presidente de Estados Unidos Joe Biden y su esposa Jill han asegurado en un comunicado que Isabel II fue «más que una monarca» y que ha «definido una era». «Fue una mujer de Estado de una dignidad y una constancia inigualables, que profundizó en la alianza fundamental entre el Reino Unido y Estados Unidos. Ella contribuyó a que nuestra relación fuera especial».

El expresidente Barack Obama y su esposa Michelle han expresado su gratitud «por haber sido testigos del liderazgo de su Majestad». Han elogiado su legado de incansable servicio público. «Nuestros pensamientos están con su familia y con el pueblo del Reino Unido en estos difíciles momentos».

Anteriores presidentes como Bill Clinton, George W. Bush y Jimmy Carter también han publicado declaraciones expresando sus condolencias.El presidente francés Emmanuel Macron la recuerda como una amiga de Francia, «que personificó la continuidad y unidad de su nación durante más de 70 años».

El secretario general de Naciones Unidas Antonio Guterres ha expresado su pesar y alabado el liderazgo y entrega de la soberana fallecida. La Asamblea General y los miembros del Consejo de Seguridad han guardado un minuto de silencio en su memoria.

El Papa Francisco ha lamentado también el fallecimiento de la reina de Inglaterra, de la que ensalzó su «servicio incansable por el bien» de su país y su «ejemplo de devoción al deber», al tiempo que aseguró que reza por su hijo «al asumir ahora sus altas responsabilidades como rey».

La presidenta de la Comisión Europea Ursula von der Layen ha presentado sus condolencias al pueblo británico, describiendo a Isabel II como «una de las personalidades más respetadas del mundo».

En el mismo sentido, el primer ministro irlandés, Micheál Martin ha destacado el inmenso impacto de su largo reinado «que le valió el respeto y admiración en todo el mundo».El rey Felipe VI de España ha publicado un cariñoso tuit, en el que destaca el gran sentido del deber y compromiso de Isabel II durante toda su vida, «que supone un ejemplo para todos nosotros y permanecerá como un sólido legado para las futuras generaciones». La soberana fallecida estaba emparentada con sus padres, el rey emérito Juan Carlos I y la reina Sofía, pues los tres son tataranietos de la reina Victoria por distintas ramas.El presidente del Gobierno español Pedro Sánchez también le ha rendido homenaje, elogiándola como «autora de la historia británica y europea».

Pero no solo las mayores personalidades de la política han mostrado su pesar. Iconos como Los Rolling Stones también han sentido la pérdida de «una presencia constante en nuestras vidas».

Isabel II llevaba 70 años y 214 días en el trono de Reino Unido. El pasado 7 de febrero celebró su Jubileo de Platino, en el que evitó algunos actos por problemas de salud. Dos días antes de su muerte, encomendó  la formación del Gobierno a la primera ministra británica Liz Truss.

 

 

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Realeza

La princesa Azemah (hija del sultán de Brunéi) celebra una espectacular boda con su primo hermano

Tiaras de cuento de hadas, una novia princesa, un opulento palacio de oro y diamantes tan grandes que podrían confundirse con una pista de hielo. Solo puede significar una cosa: ha llegado la primera boda real del año.

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Realeza

Eugenia de York, embarazada de su segundo hijo: la espontánea foto del comunicado

La princesa Eugenia ha anunciado que está embarazada de su segundo hijo. Eugenia y su marido, Jack Brooksbank, quienes ya son padres del pequeño August Philip Hawke Brooksbank, esperan un hijo para este verano, según han anunciado hoy.

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Realeza

El (casi desastroso) funeral de la reina Victoria, la penúltima gran monarca de Inglaterra

Mucho antes de que Isabel II falleciese en su querido Balmoral el 8 de septiembre de 2022, la Operación London Bridge, que definía las acciones estatales que seguirían a su muerte, ya había anticipado todas las posibilidades. Esta previsión, muestra última del pragmatismo y sensatez de la monarca Isabel II, distaba mucho de la confusión con la que se recibió la muerte de la penúltima gran reina de Reino Unido.

En enero de 1901, la reina Victoria agonizaba a los 81 años en Osborne House, su propiedad en la Isla de Wight. Según Stewart Richards, autor del fascinante Curtain Down at Her Majesty’s («Se cierra el telón de su majestad»), mientras la reina yacía apaciblemente, rodeada de sus familiares, los cortesanos trataban de averiguar a toda prisa cómo proceder a continuación.

Sin fotos que les sirvieran de referencia y ante la escasez de personas que siguiesen vivas y recordasen cómo fue la muerte del anterior monarca, los funcionarios de la realeza estaban sumidos en el desconcierto. “La ignorancia con respecto al precedente histórico por parte de hombres cuyo trabajo era estar al corriente no deja de ser una cosa maravillosa», bromeaba Reginald Brett, vizconde de Esher.

Disponían de poco tiempo para averiguarlo. A las 18:30 del 22 de enero, la reina Victoria falleció en los brazos de su nieto, el káiser Guillermo II. Pese a ser el primogénito de Victoria, el entonces rey Eduardo VII, trató de controlar la narrativa haciendo pública la noticia de la muerte de su madre, la prensa no tardó en sumirse en el caos. “Se me informó de que el panorama yendo colina abajo hasta Cowes (en la Isla de Wight) había sido lamentable», narraba Ponsonby, citado por Richards. “Podía verse a los reporteros en carruajes y bicicletas corriendo rumbo a la oficina de Correos de East Cowes, y los hombres decían a gritos ‘¡La reina ha muerto!’ mientras corrían”.

Todo pareció torcerse desde el principio. La reina había pedido no ser embalsamada, así que tuvieron que encargar un ataúd a la mayor brevedad posible. No obstante, al llegar el empleado de la funeraria se descubrió que no había traído consigo el féretro que esperaban, ya que, según sus propias palabras, él mismo habría de tomarle las medidas a la reina recién fallecida.

El belicoso káiser Guillermo, ya de por sí despreciado por la mayoría de sus familiares británicos por lo desagradable de su personalidad, estaba indignado: “Siempre es así, cuando una muere persona ordinaria, humilde, todo se organiza con bastante facilidad, con cuidado y reverencia. Cuando muere un ‘personaje’, todos ustedes pierden la cabeza y cometen errores estúpidos de los que deberían avergonzarse. En Alemania sucede igual que en Inglaterra: ¡Sois todos iguales!».

“Si la ocasión hubiese sido menos seria y solemne, la arenga del emperador al poco espabilado empleado de la funeraria habría tenido mucho de cómica», recordaba Randall Davidson, obispo de Winchester. “El emperador atemorizó al pobre infeliz hasta someterlo a un estado de obediencia sin remedio. El hombre estaba simple y llanamente aterrorizado. A mi parecer, era tan inadecuado que nos negamos a dejarle solo (tales eran sus deseos) en la estancia para poder tomar las medidas necesarias, y de hecho fue el propio emperador quien las tomó, así como [Sir James] Reid y yo mismo, siguiendo las indicaciones del señor, que se quedó ahí de pie y nos dijo exactamente qué era lo que quería. Fue una escena de lo más curiosa».

Asimismo, estalló una pelea entre Henry Fitzalan-Howard, decimoquinto duque de Norfolk, y el lord chambelán Edward Hyde Villiers, que se disputaban a quién de ellos le otorgaba la corona el derecho a organizar el funeral. Venció el duque de Norfolk, que además ostentaba el título de conde mariscal (en la actualidad lo es Edward Fitzalan-Howard, decimoctavo duque de Norfolk, encargado del funeral de Isabel II). Aquello provocó el resentimiento entre ambas facciones. “El lord chambelán lo lamenta mucho y probablemente decline ofrecer su ayuda. De hecho, sería una suerte que estos dos dignatarios ceremoniales no llegasen a las armas«, señalaba un testigo contemporáneo.

Afortunadamente, el duque de Norfolk disponía de cierta ayuda. Tres años antes de su muerte, la reina Victoria había dejado por escrito que quería un funeral de Estado con honores militares (el mismo formato que siguen los funerales de la realeza británica a día de hoy). Quiso que se llevara a cabo “con respeto, pero con sencillez”. No deja de ser curioso que, tratándose de una mujer obsesionada con la muerte y el luto hasta el punto de vestir de negro durante décadas enteras debido a la temprana muerte de su amado esposo, el príncipe Alberto, Victoria optase por un funeral blanco, sin yacer en capilla ardiente y sin un coche fúnebre transportando su féretro.

No obstante, a pesar de que la reina había solicitado que su féretro fuese cubierto de blanco, ella esperaba que Inglaterra entera asumiese un luto riguroso. Si bien ello implicaba ropajes simples de color negro para la clase media y trabajadora, se desconocían sus expectativas de cara a la propia familia real.

“Hubo gran consternación y desconcierto en la oficina del lord chambelán, así como en la familia real, con respecto a cuál sería la manera correcta de proceder con el luto por la muerte de la soberana», recordaba la nieta de Victoria, María Luisa de Schleswig-Holstein. “Habían pasado 64 años desde el último acontecimiento trágico de dichas características. Nadie sabía qué había que ponerse, así que estudiaron a fondo algunos grabados, estampas e imágenes antiguas para ver cómo actualizar y modernizar los adornos engorrosos propios del luto».

Pero hubo algunos aspectos del último adiós deseado por Victoria que la reina optó por ocultar a su familia. Según el libro Victoria: The Queen (‘Victoria: la reina’), de Julia Baird, Victoria, amante de los recuerdos románticos y el misterio gótico, había dejado instrucciones a sus sirvientes de más confianza que únicamente ellos tenían permitido leer. Se trataba de una lista increíblemente larga de objetos que quería que fuesen enterrados con ella, entre ellos anillos e innumerables fotos de miembros de su familia y de John Brown, su controvertido criado de orígenes humildes. Así lo cuenta Baird:

Ella… pidió que se colocase en su ataúd el molde de la mano de Alberto que siempre había guardado consigo. También quiso uno de los pañuelos y una de las capas de Alberto, un chal hecho por Alicia y un pañuelo de bolsillo de «mi fiel Brown, ese amigo que me fue más leal que nadie». La familia real, que pronto se dispondría a destruir toda huella y registro del corpulento escocés, fue protegida de dicha visión. Asimismo, ordenó al doctor Reid que envolviera su mano en una gasa tras colocar en ella el cabello de Brown, tras lo cual colocaron discretamente algunas flores sobre la gasa.

De modo que Reid, el médico privado de la reina, se puso manos a la obra junto a los sirvientes de confianza de la reina para esconder sus tesoros dentro de su ataúd personalizado. «Tuve una charla con la señora Tuck, que la noche anterior me había leído las instrucciones de la reina sobre lo que ésta le había ordenado poner en el ataúd, parte de lo cual no debía ver nadie de la familia, y, dado que no podía cumplir los deseos de su majestad sin mi ayuda, me pidió que cooperase», contaba él mismo. Algunos de los objetos más delicados se ocultaron bajo un cojín dentro del ataúd, haciéndolos invisibles a las miradas fisgonas de su familia.

Mientras tanto, el bueno de Ponsonby, que aparentemente fue quien realmente asumió la mayor parte de la carga de planificar las exequias, se dirigió a Londres, donde se encontró con un «caos absoluto». En lo sucesivo, hubo luchas internas sobre qué regimientos y casas controlarían según qué aspectos del funeral de Estado, y mientras la ciudad bullía de dolientes, todo se organizaba a velocidad de vértigo.

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