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‘La caída de la casa Usher’: Mike Flanagan se proyecta en Edgar Allan Poe para atormentar al padre Netflix

Con su ciclo de siete películas sobre relatos de Edgar Allan Poe, producidas por la American International Pictures entre 1960 y 1964, Roger Corman contribuyó a las bases de una hermenéutica sobre la obra del poeta bostoniano sobre la que fundar futuras iteraciones, con una relativa vigencia a la hora de estipular sus estilemas. Con ayuda de escritores duchos en el fantástico, el destajista productor elaboró un estudio, ciertamente didáctico, sobre un amplio número de cuentos breves ampliados y reformulados. Corman, autor populista, se apropiaba de los los signos indiscutibles que señalan el corpus de Poe, aquellos de sobra conocidos a través de múltiples vías de difusión, y los recodificaba en historias que se desviaban del material de partida para representar aquello que, entendía, no podía traducirse a imágenes.

Por el camino, el realizador se arrogaba un valor como editor, de tal forma que sus adaptaciones eran a la par comentarios de texto que pretendían adjudicar lecturas concretas a los relatos matrices. Como apunta Roberto Cueto en Las sombras del horror: Edgar Allan Poe en el cine, lo interesante de este compendio no es la literalidad, el apego a la palabra escrita, sino la capacidad de proyectarse uno mismo como autor a través de ella. No en vano, la reivindicación de Poe ha tenido mucho de trasposición del individuo ya desde los tiempos de Baudelaire, primer gran entusiasta de su catálogo. Todo ello, a fuerza de simplificar la dimensión de esta y de la propia efigie del literato, reproducida hasta la saciedad su rostro a partir de aquel daguerrotipo de 1848. Poe era más que un escritor trágico y menesteroso, la expresión de su imagen que se figura comúnmente, sino un hombre analítico, capaz de trabajar la literatura gótica desde una perspectiva irónica, consciente.

Durante sus años al servicio de Netflix, las aproximaciones de Mike Flanagan al material ajeno se han definido, en buena medida, por esa misma relación con los autores a los que revisa desde el presente. Los rasgos de estilo ajenos se entreveran con los propios, haciendo de los textos resultantes experiencias donde el cineasta se espeja en los reflejos del pasado que cita, así como sus personajes al obcecarse en transmitir sus relatos, condicionando al espectador a que dictamine su fiabilidad. Con ello, también, la capacidad de entender a Flanagan como un autor rotundo y no como replicante.

Cuando Corman se aproximaba al autor de Un sueño dentro de un sueño lo hacía con la consigna de la legitimación que ofrecía cubrir sus artefactos de consumo con un barniz literario; pero también por permitirle expresar una inquietud intelectual invisibilizada en los circuitos de consumo. En el caso de Flanagan, ese empeño por probar su excelencia, a través de esfuerzos progresivamente más enrevesados, pareciera denotar una necesidad de validación dentro de una estirpe de patrimonio incalculable. Aun cuando probar esa consanguinidad, si queremos llamarla así, acarree una pesada carga. La de exponerse uno mismo ante el juicio comparativo.

Al enraizarse sobre otros, al deberles algo, invoca una maldición que condiciona su futuro: ¿puede mantenerse por sí mismo? Quienes hayan asistido a Misa de Medianoche podrán responder convenientemente a tal cuestión.

Poe reflejado en uno mismo

Esta disyuntiva entronca con las obras completas de Poe y sustenta la que en particular da título y sirve de marco a La caída de la casa Usher: La maldición familiar y la disolución del legado, las deudas del pasado que se cobran en el presente, el tormento de los muertos. Flanagan reaprovecha el cuento de 1839, basado en la existencia condenada de Roderick y Madeline, últimos vestigios de un blasón destinado a desaparecer sepultado bajo las ruinas del hogar familiar, para desarrollarlo, mediante analepsis, en sentido inverso. Aquí, esos dos últimos supervivientes del apellido Usher no son sus descendientes finales, sino al contrario quienes consignan la maldición y la dejan en herencia a sus hijos.

Volvemos, pues, a la esencia de la filmografía de Flanagan, el juego de espejos latente ya desde Oculus. El espejo del mal, con la personalidad malévola, narcisista y megalomaníaca de Roderick (Bruce Greenwood) reflectada en sus seis vástagos que parafrasean con sus actos los del padre. Muertos todos desde la primera escena, que representa el último de los funerales, todos viven condenados durante los siguientes episodios, esperando sus sucesivas ejecuciones, dentro de esa burbuja social que es la simbólica casa Usher. Se alumbra así la encarnación de otros tantos textos y motivos de la narrativa poeianaLa máscara de la muerte rojaLos crímenes de la calle MorgueEl gato negroEl corazón delatorEl escarabajo de oro y El pozo y el péndulo, que bautizan cada uno de los episodios dedicados a ajusticiar al progenitor a través de sus descendientes, evocando sus grandes golpes de efecto en cada última secuencia. Ahora bien, esa maniobra de reflejos interminables que nos descubren nuevas figuras tras de sí alberga un sinfín de alusiones a las obras completas del autor decimonónico.

Como Corman en su día, Flanagan concibe La casa Usher como un tren de la bruja de Poe, tomando los fragmentos para establecer un mapa narrativo tan tortuoso como la decrépita mansión del relato original. Partiendo del testimonio confesional de Roderick Usher a Auguste Dupin (Carl Lumbly encarna al recurrente detective, convertido en fiscal en el mundo contemporáneo), cada capítulo dispersa su recorrido por pasadizos que nos conducen al pasado (los flashbacks que nos devuelven a la juventud de Roderick y Madeleine, al origen de la maldición) y que nos permiten asistir a la intimidad de unos personajes abocados a terminar solos.

Estamos ante un relato omnisciente, conjugado con las perspectivas de cada personaje de la casa, siempre observados por una entidad superior inescapable, incorporada por una magnética Carla Gugino. Su rol, Verna (anagrama de Raven, es decir, El cuervo), se describe desde la sinopsis como un demonio multiforme causante de los sucesos extraños o inverosímiles que afronta cada miembro de la dinastía. Esta cualidad mefistofélica otorga una explicación sobrenatural unívoca al conflicto central de La caída de la casa Usher, por más que la narración se envenene de los delirios solipsistas del protagonista, Roderick, actualizada su caracterización en la forma de un multimillonario farmacéutico aquejado de una demencia vascular avanzada. Su enajenación, por tanto, se elucida también en términos médicos precisos.

Valdemar en el algoritmo

Todo está calculado, incluso el mal. En una secuencia del segundo episodio, La máscara de la muerte roja, la Madeleine joven (Willa Miller) preconiza que en el futuro los algoritmos servirán “hasta para escribir guiones de películas y programas”. La chanza no parece, en absoluto, inocente, máxime viendo la conjunción de elementos temáticos y genéricos, más allá de Poe, que se concentran en la fórmula de Flanagan.

La caída de la casa Usher encuadra a la familia dentro de la industria farmacológica, con un producto estrella, la ligodona, de efectos secundarios horribles, incluso mortales. Con su actitud caciquil, incluso mesiánica, este Roderick se ciñe a los parámetros del malévolo y controlador Próspero de La máscara de la muerte roja, siendo su medicamento esa peste que asola una comarca aquí a escala nacional, incluso global. Esta reimaginación adquiere un tinte oportuno, y oportunista, pues engarza la miniserie con las producciones, casi en competición, sobre la crisis de los opioides en Estados Unidos: una, Dopesick: historia de una adicción, enganchó a los suscriptores de Disney+ con su estreno a finales de 2021; la otra, Medicina letal, llegó para repescar a los abstinentes en agosto en la propia Netflix. El impacto de la epidemia explica el interés de la población, ergo también el de las plataformas por satisfacerla, por generar e incluir ese contenido en sus catálogos. Igual que el éxito de Succession en HBO Max impela al resto de competidoras a buscar el próximo gran melodrama familiar, consideración que podríamos conceder a esta Caída de la casa Usher, que también funciona como perversa batalla sucesoria.

En la pugna de las multinacionales por obtener los mejores resultados trimestrales, los beneficios más cuantiosos, se replican contenidos, temáticas, historias, mensajes. Ahí están, sin ir más lejos, las coincidentes dramatizaciones de la vida de “la asesina del hacha” Candy Montgomery a cargo de Disney (Candy) y Warner Bros Discovery (Love & Death). Dobles reflejados, como las que utiliza Tamerlane (Samantha Sloyan) ante la incapacidad de intimar con su marido, y que luego teme que le usurpen el puesto. En este escenario, Flanagan también se reivindica como un satirista, como también podía serlo Poe, al pergeñar un pastiche milimetrado, casi algorítmico, que tiene algo de parodia del mundo actual. También del negocio actual en torno al audiovisual.

Destaca la reflexión sobre la inteligencia artificial, campo de trabajo de Madeleine (Mary McDonnell), desde un punto de vista espectral, por el interés en crear dobles artificiales del individuo que trascienden la muerte de este. Esto le permite a Flanagan concebir el transhumanismo como un nuevo más allá, donde los fallecidos nunca alcanzan el descanso ni la paz, atormentando a los vivos sin reparo posible, a través de mensajes personalizados, de comunicaciones imposibles e insatisfactorias. Es decir, objetualizándolos. Es un equivocado mundo sin dolor, donde todo está al alcance, donde no hay más que contenido para consumir.

La caída de la casa Usher significa la última producción de Flanagan dentro de Netflix, después de seis años (y seis proyectos, tantos como hijos engendró este Roderick) antes de aliarse con Amazon Studios para desarrollar junto a su socio Trevor Macy nuevos productos televisivos destinados a Prime Video. Tal vez esa ruptura (el director, al fin y al cabo, solo cambia de patrón) magnifique también el carácter discursivo, político de la ficción. Los personajes reflexionan a viva voz sobre el estado del mundo, la lucha de clases, el feminismo y los techos de cristal, mientras la puesta en escena que al alimón organizan el propio Flanagan y su director de fotografía habitual, Michael Fimognari (con quien se reparte equitativamente la dirección de los episodios, en un síntoma de agotamiento productivo evidente) procura la ambientación lúgubre que se espera de un relato de Poe. De un relato de ellos mismos, con el que reivindicarse ante ese padre tiránico que simboliza la compañía, aunque sea incidiendo en sus propias señas de identidad, como esa fotografía atenuada, en clave baja.

El legado tenebroso

Así, esta aproximación a la obra de Poe se acerca a otra que dos nobles del terror, George A. Romero y Dario Argento, urdieron en Los ojos del diablo, con sus respectivos segmentos a partir de La verdad del caso del señor Valdemar y El gato negro. Con el primero comparte la noción política del terror, aunque se agradecería la capacidad sintética de aquel, y la concepción de los seis zombis que se aparecen a Roderick, así como la reflexión sobre la facultad corruptora de la riqueza y el poder; con el segundo, por el gusto por lo macabro y el componente arquitectónico del horror, aunque sin alcanzar la plasticidad. El mismo color amarillento que acaba por teñir el episodio de El gato negro nos remite al giallo, donde figuras como Mario Bava, Lucio Fulci o Antonio Margheriti supieron convocar el ánimo poeiano incluso cuando no lo estaban adaptando, de La máscara del demonio y Operación miedo, del primero; a Siete notas en negro, con emparedamientos incluido, del segundo.

Durante La caída de la casa Usher, los diferentes Usher justifican su desmedida ambición, aun siendo los espectadores sabedores de lo injustificable de sus actitudes. La ambición de Flanagan no es reprochable en absoluto, aunque no evita incurrir en pecados, acaso por responder a la asignación del padre: al alargar la duración, y enrocarse en expandir el universo, tiende a perderse en los recovecos de ese caserón que él ha levantado. No hay posibilidad de elipsis y por ello de ambigüedad. La estructura de los episodios puede hacerse, por momentos, reiterativa, como si transitásemos por las mismas estancias sin tener claridad en la percepción del tiempo y el espacio. La representación del pasado, en todo caso, es menos interesante que su evocación en el presente.

También eso es un signo de los tiempos: a mayor extensión, mejor consideración, o eso se estima, y más consumo. Es la coyuntura que impone el estudio con mano dura. Por ello mismo, sobresalen los segmentos donde se antepone la intensidad de las experiencias, el nervio. Disfrútese así de la bacanal de ácido de La máscara de la muerte roja, que deja en Netflix un lecho espeso difícil de pisar, una vez Flanagan es ya pasado para el padre. Escenas como esa, o como la que resuelve El corazón delator, proyectan la mejor versión de Flanagan como autor del horror, y por ende, donde la esencia de Poe trasluce eterna, inagotable.

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Noche de lágrimas, esfuerzos y de superación: así ha sido la segunda gala de El Desafío

La segunda gala de El Desafío nos ha dejado una noche llena de grandes momentos. El programa ha llevado al límite a algunos de los concursantes que se han enfrentado a sus peores miedos.

Genoveva Casanova o Lola Lolita se han emocionado al no superar sus retos. La mexicana no ha podido hacerlo por un lesión y Lola Lolita ha fallado los seis intentos que tenía para dar a la diana.

Roberto Brasero se enfrenta solo al duelo de la noche
Genoveva Casanova no ha podido realizar el reto de esta gala porque ha sufrido una lesión en el abdomen. Por seguridad, el programa ha decidido que no realice esta noche El Desafío.

Por su parte, Roberto Brasero ha superado su tiempo al completar el circuito de altura en menos de dos minutos. Para ello ha ido avanzando con lianas de poste en poste.

Susi Caramelo cumple su sueño al actuar con Estopa
Susi Caramelo ha puesto el ritmo a la noche al cumplir su sueño y actuar con Estopa. Para ello, ha tocado la melódica para actuar en directo ellos y llevarse un regalo inolvidable. ¡Momentazo!

Victoria de Marichalar vence su miedo a las alturas
Victoria de Marichalar ha tenido que subir haciendo equilibrio por unas pasarelas, desde el suelo hasta el techo de plato a casi 10 metros de altura que, al no estar sujetas, se mueven y dificultan la prueba.

Al llegar a la pasarela más alta la concursante ha tenido que enroscar una bombilla y encenderla. La concursante ha quedado segunda en esta gala subiendo en la clasificación general tras su mala puntuación en la apnea.

El Cordobés se mete en el papel de Grease con su gran actitud
El Cordobés se ha convertido en Danny Zuko del musical Grease y para bailar una coreografía inspirada en la película.

El concursante ha tenido una actitud única, pero no se ha llevado el respaldo del jurado con su puntuación y ha quedado en último lugar.

Tiro con arco para Lola Lolita
La influencer no ha tenido una buena noche. Llevaba toda la semana aprendiendo tiro con arco, y aunque en los ensayos lo había conseguido, en la gala no ha dado ninguno de los seis intentos que tenía.

Lola Lolita se ha llevado solo tres puntos del jurado y ha quedado la última en una noche con la que ha aprendido mucho.

Gotzon pierde la vergüenza con este sketch
Gotzon nos ha sorprendido esta noche y es que el creador de contenido ha hecho un sketch de humor corporal (slapstick comedy) utilizando principalmente los brazos y las piernas, y un panel que compartirá con otro cómico.

El jurado le ha valorado positivamente y han advertido al resto de concursantes que se pongan las pilas porque Gotzon apunta muy alto.

Feliciano López supera los cuatro minutos en la apnea
Feliciano López ha demostrado su enorme valentía en la apnea. El extenista ha aguantado como un campeón a pesar de que a los dos minutos ya pintaba mal la cosa por las convulsiones.

Juandi, entrenador de apnea, le ha llevado al límite y ha superado los cuatro minutos, en total 4:01 minutos y se coloca octavo en la clasificación general de apnea.

Fuente: Antena 3.

Celia Gil.

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Televisión

El grito de Genoveva Casanova al lesionarse en ‘El Desafío’: “Me acabo de destrozar el abdomen”

Antena 3 ofrecía en abierto este viernes una nueva gala de El Desafío. El programa presentado por Roberto Leal arrasó en el estreno de su quinta edición la semana anterior, alzándose como lo más visto de la televisión en el día, dejando momentos como el de Victoria Federica haciendo la prueba de la apnea, o Roberto Brasero agotado tras hacer un circuito en llamas.

Para la entrega de hoy se preveía que, precisamente, el hombre del tiempo de Antena 3 se midiese con Genoveva Casanova en Duelo de lianas, un impresionante desafío en el que deberán saltar entre columnas. Sin embargo, ese cara a cara no ha podido ser posible por causa mayor.

“Hacemos un ensayo previo al programa y ha ocurrido algo que quiero que vean”, introducía Roberto Leal. Y en el vídeo se veía a Genoveva saltando, y sufriendo un fuerte dolor. “Me acabo de destrozar el abdomen”, decía, antes de lanzar varios gritos de sufrimiento.

De nuevo en el plató, Roberto Leal le preguntó que cómo se encontraba, y la empresaria no pudo ocultar las lágrimas. “Estaba yo muy ilusionada. Cuando llegué el primer día pedía hacerlo otra y otra vez, porque me divertía haciendo esta prueba, y me da mucha rabia”, admitía.

Según su relato, se le clavó un cinturón que tenía dentro, y sobrecargó el abdomen por levantar las piernas y tirar de la cuerda, tal como exigía el reto. “Fue verme ahora y me dio tristeza”, lamentaba. Finalmente, no realizó la prueba, por recomendación del equipo médico.

Hay que destacar que de esta lesión ya habló la propia Genoveva Casanova en su paso por El Hormiguero. Y es que venía de superar un trombo en un pulmón, y por ello tenía la espalda y el abdomen debilitados, y fue esta parte la que más sufrió.

La baja de Genoveva en la prueba implicó, tal como explicó Roberto, que el jurado tenga una nota de más, una puntuación que no van a utilizar. Y les invitaba a elegir de qué cifra desprenderse, ya fuese el uno, la más baja, o el diez, la más alta, o cualquier otra.

“Es una pena, te voy a pedir que te sientes con tus compañeros, y, sobre todo, que te recuperes”, deseaba Roberto Leal antes de arrancar la prueba con Roberto Brasero. Este tenía dos minutos y medio para hacer el circuito, y consiguió terminarlo con 32 segundos de sobra.

Fuente: El Español.

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Adiós a regalar las gafas en ‘Caiga quien caiga’: Irene Junquera desvela por qué ya no las entregarán a los famosos

El próximo domingo regresa a la televisión Caiga quien caiga, como telonero de GH DÚO en Telecinco. Y para que todo el mundo se entere de esta nueva propuesta de Mediaset, sus reporteros están visitando diferentes programas para hacer entrevistas y promoción. Ayer jueves, sin ir más lejos, Dani Fez entró en la casa de GH DÚO para dejar unas gafas, que terminó cogiendo José María Almoguera y que le permitieron visualizar todas las nominaciones.

Y este viernes, Dani, junto a Irene Junquera, ha visitado Vamos a ver, en sus minutos finales. “Vamos a hacer cosas superdiferentes”, decía Junquera, destacando cómo tocarán “actualidad, humor, deportes, eventos”. Y Dani, en concreto, se encargará de hacer encuestas de calle, con temas como los motivos por los que los jóvenes utilizan tanto el móvil.

Una de las primeras imágenes del programa dejan ver a Irene Junquera junto al presidente del Gobierno. “Estuve con Pedro”, comenzó a decir, pero hizo una pausa para hacer una aclaración. “Desde aquí un llamamiento. Estas gafas no las podemos regalar, basta ya de pedirnoslas”, aclaraba. Esto marca una diferencia con etapas anteriores del formato, en el que era característico que sus reporteros diesen gafas a los famosos con los que se cruzasen.

El motivo de este cambio: “Porque no tenemos presupuesto todavía. Tuve miedo de si Pedro me las va a pedir”, relató Irene. Y sobre esa cuestión, Dani Fez aprovechó para hacerle una aclaración a Carmen Borrego: “Tu hijo nos la tiene que de volver…”.

En el programa de estreno, Paula Púa se trasladará a Los Ángeles para cubrir la entrega de los Critics Choice Awards, pero finalmente traerá al programa una impactante crónica de actualidad sobre los devastadores incendios que arrasan la ciudad, donde se encontrará con el reconocido chef José Andrés, que se encuentra allí ayudando en las zonas afectadas.

Por su parte, Luis Fabra se encontrará con destacados protagonistas del cine español en la cena de nominados a los Premios Goya y Violeta Muñoz se presentará ante los principales representantes políticos españoles y hablará con los portavoces del PSOE y del PP para informarles de la vuelta del programa y solicitar de paso entrevistas con sus líderes.

Dani Fez tendrá ocasión de charlar con los protagonistas de la exitosa película ‘Culpa tuya’ e Irene Junquera mostrará la gran ilusión del Pontevedra CF antes de enfrentase al Getafe, de primera división. El Pontevedra, que juega en la cuarta categoría del fútbol español, ha sido la revelación del torneo al haber eliminado en las primeras fases a dos equipos de primera y uno de segunda.

En sus respectivas secciones, Carles Tamayo contará los detalles de una nueva estafa, mientras Ana Francisco revelará cómo el fentanilo, la droga más letal jamás creada, está llegando a los consumidores sin que lo sepan, camuflado en otras sustancias.

Fuente: El Español.

Mike Medianoche.

 

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