Televisión
‘La caída de la casa Usher’: Mike Flanagan se proyecta en Edgar Allan Poe para atormentar al padre Netflix

Con su ciclo de siete películas sobre relatos de Edgar Allan Poe, producidas por la American International Pictures entre 1960 y 1964, Roger Corman contribuyó a las bases de una hermenéutica sobre la obra del poeta bostoniano sobre la que fundar futuras iteraciones, con una relativa vigencia a la hora de estipular sus estilemas. Con ayuda de escritores duchos en el fantástico, el destajista productor elaboró un estudio, ciertamente didáctico, sobre un amplio número de cuentos breves ampliados y reformulados. Corman, autor populista, se apropiaba de los los signos indiscutibles que señalan el corpus de Poe, aquellos de sobra conocidos a través de múltiples vías de difusión, y los recodificaba en historias que se desviaban del material de partida para representar aquello que, entendía, no podía traducirse a imágenes.
Por el camino, el realizador se arrogaba un valor como editor, de tal forma que sus adaptaciones eran a la par comentarios de texto que pretendían adjudicar lecturas concretas a los relatos matrices. Como apunta Roberto Cueto en Las sombras del horror: Edgar Allan Poe en el cine, lo interesante de este compendio no es la literalidad, el apego a la palabra escrita, sino la capacidad de proyectarse uno mismo como autor a través de ella. No en vano, la reivindicación de Poe ha tenido mucho de trasposición del individuo ya desde los tiempos de Baudelaire, primer gran entusiasta de su catálogo. Todo ello, a fuerza de simplificar la dimensión de esta y de la propia efigie del literato, reproducida hasta la saciedad su rostro a partir de aquel daguerrotipo de 1848. Poe era más que un escritor trágico y menesteroso, la expresión de su imagen que se figura comúnmente, sino un hombre analítico, capaz de trabajar la literatura gótica desde una perspectiva irónica, consciente.
Durante sus años al servicio de Netflix, las aproximaciones de Mike Flanagan al material ajeno se han definido, en buena medida, por esa misma relación con los autores a los que revisa desde el presente. Los rasgos de estilo ajenos se entreveran con los propios, haciendo de los textos resultantes experiencias donde el cineasta se espeja en los reflejos del pasado que cita, así como sus personajes al obcecarse en transmitir sus relatos, condicionando al espectador a que dictamine su fiabilidad. Con ello, también, la capacidad de entender a Flanagan como un autor rotundo y no como replicante.
Cuando Corman se aproximaba al autor de Un sueño dentro de un sueño lo hacía con la consigna de la legitimación que ofrecía cubrir sus artefactos de consumo con un barniz literario; pero también por permitirle expresar una inquietud intelectual invisibilizada en los circuitos de consumo. En el caso de Flanagan, ese empeño por probar su excelencia, a través de esfuerzos progresivamente más enrevesados, pareciera denotar una necesidad de validación dentro de una estirpe de patrimonio incalculable. Aun cuando probar esa consanguinidad, si queremos llamarla así, acarree una pesada carga. La de exponerse uno mismo ante el juicio comparativo.
Al enraizarse sobre otros, al deberles algo, invoca una maldición que condiciona su futuro: ¿puede mantenerse por sí mismo? Quienes hayan asistido a Misa de Medianoche podrán responder convenientemente a tal cuestión.
Poe reflejado en uno mismo
Esta disyuntiva entronca con las obras completas de Poe y sustenta la que en particular da título y sirve de marco a La caída de la casa Usher: La maldición familiar y la disolución del legado, las deudas del pasado que se cobran en el presente, el tormento de los muertos. Flanagan reaprovecha el cuento de 1839, basado en la existencia condenada de Roderick y Madeline, últimos vestigios de un blasón destinado a desaparecer sepultado bajo las ruinas del hogar familiar, para desarrollarlo, mediante analepsis, en sentido inverso. Aquí, esos dos últimos supervivientes del apellido Usher no son sus descendientes finales, sino al contrario quienes consignan la maldición y la dejan en herencia a sus hijos.
Volvemos, pues, a la esencia de la filmografía de Flanagan, el juego de espejos latente ya desde Oculus. El espejo del mal, con la personalidad malévola, narcisista y megalomaníaca de Roderick (Bruce Greenwood) reflectada en sus seis vástagos que parafrasean con sus actos los del padre. Muertos todos desde la primera escena, que representa el último de los funerales, todos viven condenados durante los siguientes episodios, esperando sus sucesivas ejecuciones, dentro de esa burbuja social que es la simbólica casa Usher. Se alumbra así la encarnación de otros tantos textos y motivos de la narrativa poeiana: La máscara de la muerte roja, Los crímenes de la calle Morgue, El gato negro, El corazón delator, El escarabajo de oro y El pozo y el péndulo, que bautizan cada uno de los episodios dedicados a ajusticiar al progenitor a través de sus descendientes, evocando sus grandes golpes de efecto en cada última secuencia. Ahora bien, esa maniobra de reflejos interminables que nos descubren nuevas figuras tras de sí alberga un sinfín de alusiones a las obras completas del autor decimonónico.
Como Corman en su día, Flanagan concibe La casa Usher como un tren de la bruja de Poe, tomando los fragmentos para establecer un mapa narrativo tan tortuoso como la decrépita mansión del relato original. Partiendo del testimonio confesional de Roderick Usher a Auguste Dupin (Carl Lumbly encarna al recurrente detective, convertido en fiscal en el mundo contemporáneo), cada capítulo dispersa su recorrido por pasadizos que nos conducen al pasado (los flashbacks que nos devuelven a la juventud de Roderick y Madeleine, al origen de la maldición) y que nos permiten asistir a la intimidad de unos personajes abocados a terminar solos.
Estamos ante un relato omnisciente, conjugado con las perspectivas de cada personaje de la casa, siempre observados por una entidad superior inescapable, incorporada por una magnética Carla Gugino. Su rol, Verna (anagrama de Raven, es decir, El cuervo), se describe desde la sinopsis como un demonio multiforme causante de los sucesos extraños o inverosímiles que afronta cada miembro de la dinastía. Esta cualidad mefistofélica otorga una explicación sobrenatural unívoca al conflicto central de La caída de la casa Usher, por más que la narración se envenene de los delirios solipsistas del protagonista, Roderick, actualizada su caracterización en la forma de un multimillonario farmacéutico aquejado de una demencia vascular avanzada. Su enajenación, por tanto, se elucida también en términos médicos precisos.
Valdemar en el algoritmo
Todo está calculado, incluso el mal. En una secuencia del segundo episodio, La máscara de la muerte roja, la Madeleine joven (Willa Miller) preconiza que en el futuro los algoritmos servirán “hasta para escribir guiones de películas y programas”. La chanza no parece, en absoluto, inocente, máxime viendo la conjunción de elementos temáticos y genéricos, más allá de Poe, que se concentran en la fórmula de Flanagan.
La caída de la casa Usher encuadra a la familia dentro de la industria farmacológica, con un producto estrella, la ligodona, de efectos secundarios horribles, incluso mortales. Con su actitud caciquil, incluso mesiánica, este Roderick se ciñe a los parámetros del malévolo y controlador Próspero de La máscara de la muerte roja, siendo su medicamento esa peste que asola una comarca aquí a escala nacional, incluso global. Esta reimaginación adquiere un tinte oportuno, y oportunista, pues engarza la miniserie con las producciones, casi en competición, sobre la crisis de los opioides en Estados Unidos: una, Dopesick: historia de una adicción, enganchó a los suscriptores de Disney+ con su estreno a finales de 2021; la otra, Medicina letal, llegó para repescar a los abstinentes en agosto en la propia Netflix. El impacto de la epidemia explica el interés de la población, ergo también el de las plataformas por satisfacerla, por generar e incluir ese contenido en sus catálogos. Igual que el éxito de Succession en HBO Max impela al resto de competidoras a buscar el próximo gran melodrama familiar, consideración que podríamos conceder a esta Caída de la casa Usher, que también funciona como perversa batalla sucesoria.
En la pugna de las multinacionales por obtener los mejores resultados trimestrales, los beneficios más cuantiosos, se replican contenidos, temáticas, historias, mensajes. Ahí están, sin ir más lejos, las coincidentes dramatizaciones de la vida de “la asesina del hacha” Candy Montgomery a cargo de Disney (Candy) y Warner Bros Discovery (Love & Death). Dobles reflejados, como las que utiliza Tamerlane (Samantha Sloyan) ante la incapacidad de intimar con su marido, y que luego teme que le usurpen el puesto. En este escenario, Flanagan también se reivindica como un satirista, como también podía serlo Poe, al pergeñar un pastiche milimetrado, casi algorítmico, que tiene algo de parodia del mundo actual. También del negocio actual en torno al audiovisual.
Destaca la reflexión sobre la inteligencia artificial, campo de trabajo de Madeleine (Mary McDonnell), desde un punto de vista espectral, por el interés en crear dobles artificiales del individuo que trascienden la muerte de este. Esto le permite a Flanagan concebir el transhumanismo como un nuevo más allá, donde los fallecidos nunca alcanzan el descanso ni la paz, atormentando a los vivos sin reparo posible, a través de mensajes personalizados, de comunicaciones imposibles e insatisfactorias. Es decir, objetualizándolos. Es un equivocado mundo sin dolor, donde todo está al alcance, donde no hay más que contenido para consumir.
La caída de la casa Usher significa la última producción de Flanagan dentro de Netflix, después de seis años (y seis proyectos, tantos como hijos engendró este Roderick) antes de aliarse con Amazon Studios para desarrollar junto a su socio Trevor Macy nuevos productos televisivos destinados a Prime Video. Tal vez esa ruptura (el director, al fin y al cabo, solo cambia de patrón) magnifique también el carácter discursivo, político de la ficción. Los personajes reflexionan a viva voz sobre el estado del mundo, la lucha de clases, el feminismo y los techos de cristal, mientras la puesta en escena que al alimón organizan el propio Flanagan y su director de fotografía habitual, Michael Fimognari (con quien se reparte equitativamente la dirección de los episodios, en un síntoma de agotamiento productivo evidente) procura la ambientación lúgubre que se espera de un relato de Poe. De un relato de ellos mismos, con el que reivindicarse ante ese padre tiránico que simboliza la compañía, aunque sea incidiendo en sus propias señas de identidad, como esa fotografía atenuada, en clave baja.
El legado tenebroso
Así, esta aproximación a la obra de Poe se acerca a otra que dos nobles del terror, George A. Romero y Dario Argento, urdieron en Los ojos del diablo, con sus respectivos segmentos a partir de La verdad del caso del señor Valdemar y El gato negro. Con el primero comparte la noción política del terror, aunque se agradecería la capacidad sintética de aquel, y la concepción de los seis zombis que se aparecen a Roderick, así como la reflexión sobre la facultad corruptora de la riqueza y el poder; con el segundo, por el gusto por lo macabro y el componente arquitectónico del horror, aunque sin alcanzar la plasticidad. El mismo color amarillento que acaba por teñir el episodio de El gato negro nos remite al giallo, donde figuras como Mario Bava, Lucio Fulci o Antonio Margheriti supieron convocar el ánimo poeiano incluso cuando no lo estaban adaptando, de La máscara del demonio y Operación miedo, del primero; a Siete notas en negro, con emparedamientos incluido, del segundo.
Durante La caída de la casa Usher, los diferentes Usher justifican su desmedida ambición, aun siendo los espectadores sabedores de lo injustificable de sus actitudes. La ambición de Flanagan no es reprochable en absoluto, aunque no evita incurrir en pecados, acaso por responder a la asignación del padre: al alargar la duración, y enrocarse en expandir el universo, tiende a perderse en los recovecos de ese caserón que él ha levantado. No hay posibilidad de elipsis y por ello de ambigüedad. La estructura de los episodios puede hacerse, por momentos, reiterativa, como si transitásemos por las mismas estancias sin tener claridad en la percepción del tiempo y el espacio. La representación del pasado, en todo caso, es menos interesante que su evocación en el presente.
También eso es un signo de los tiempos: a mayor extensión, mejor consideración, o eso se estima, y más consumo. Es la coyuntura que impone el estudio con mano dura. Por ello mismo, sobresalen los segmentos donde se antepone la intensidad de las experiencias, el nervio. Disfrútese así de la bacanal de ácido de La máscara de la muerte roja, que deja en Netflix un lecho espeso difícil de pisar, una vez Flanagan es ya pasado para el padre. Escenas como esa, o como la que resuelve El corazón delator, proyectan la mejor versión de Flanagan como autor del horror, y por ende, donde la esencia de Poe trasluce eterna, inagotable.
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Televisión
Marlena, de sus inicios con Maneskin al Benidorm Fest 2024: “Nuestra canción es un poco Danny Zuko en Grease”

El Benidorm Fest 2024 tiene en su cartel una candidatura con conexión eurovisiva. Hablamos de Marlena, un dúo pop español que debe su nombre a Måneskin, los ganadores de Rotterdam 2021, y que se presenta al certamen de TVE con la ambición de conquistar oídos y ganar el ansiado billete a Malmö.
Así lo expresan sus componentes Ana Legazpi y Carolina Moyano en una entrevista con verTele realizada en Sevilla, en el marco del anuncio de los 16 aspirantes de la nueva edición. Reto que ambas emprenden con un proyecto musical asentado y con el “vértigo” de volver a tener una exposición mediática que ya experimentaron años atrás en sus primeras experiencias televisivas.
En 2018 se dieron a conocer en Factor X de Telecinco, bajo el nombre de W Caps. Pero fue un año antes cuando se lanzaron por primera vez a la aventura musical al coger un avión y presentarse sin complejos en la edición italiana del mismo formato, donde coincidieron con una banda hermana que a día de hoy son un espejo en el que mirarse en su objetivo de ir a Eurovisión: “Cuando participaron nuestros compañeros Måneskin y callaron bocas a todo el mundo fueron una referencia increíble”, admiten.
Años después, y ya como Marlena, este dúo madrileño acumula éxitos radiofónicos y tiene una media mensual de 1,3 millones de oyentes. Una base sólida que les permite presentarse al Benidorm Fest con las cosas claras y “mentalidad ganadora”: “Llegamos al Benidorm Fest no con algo pensado para vendernos, sino para gustar desde nuestra esencia”, cuentan en la entrevista.
Ana y Carolina desvelan que su tema para el festival habla de un amor de verano y, aun sin dar pistas sobre el título ni detalles sobre su sonido, señalan un referente temático conocido por todos: “Nuestra canción es un poco Danny Zuko en Grease”.
¿Cómo vivisteis vuestras primeras horas como participantes oficiales del Benidorm Fest 2024?
Ana Legazpi: Increíbles. Estamos aterrizando ahora mismo. Teníamos mucho miedo por todo lo que implica volver a la tele después de tantos años, cuando estuvimos en Factor X, y volver a exponernos mediáticamente, para lo bueno y para lo malo, da un poco de vértigo.
¿Qué es lo que os ha tranquilizado?
A.L: Sobre todo, charlar con los compañeros que han estado en otras ediciones, que nos han dicho que es una experiencia de diez y que vamos a salir bien paradas por algún lado.
Carolina Moyano: Hemos hablado con Rayden, Karmento, Vicco, Alice Wonder… nadie te habla mal del festival y a todo el mundo le beneficia el proyecto. Estamos superanimadas y más tranquilas.
¿Cuándo tomasteis la decisión?
A.L.: En verano, en mayo o en junio. En la oficina nos dijeron: ‘Vemos que es buen momento para que estéis aquí. ¿Qué os parece volver a la tele y expandiros entre otro público, que os pongan cara?’.
¿Os dio vértigo?
A.L.: Mogollón, da mucho vértigo pero a la vez es como esa adrenalina que nos exigimos los artistas y que nunca queremos que se vaya.
¿Os lo habíais planteado antes?
A.L.: Todos los años nos hemos planteado la posibilidad de presentarnos al Benidorm Fest, pero no veíamos nuestro proyecto muy claro. Casi no sabíamos ni quiénes éramos.
C.M.: Ya nos hemos conocido suficientemente como artistas, el proyecto Marlena, y esto es lo que queremos defender y presentar. Por eso este ha sido el año en que hemos tomado la decisión. Además, Vicco y Rayden fueron las personas que nos aconsejaron, nos hablaron de sus experiencias y a raíz de eso tomamos la decisión de lanzar la propuesta.
En ese momento, ¿os pusisteis a componer o ya teníais algún tema candidato?
A.L.: Teníamos un tema a medias, uno que iba a ser más romántico y dramático, y al final ha acabado siendo más veraniego y con buen rollo.
C.M.: No lo hicimos para el Benidorm Fest, lo escogimos después para mandarlo como propuesta y creo que eso es superpositivo porque esto es Marlena. Esta es una canción nuestra compuesta como parte de nuestro proyecto y esa es la parte superpositiva de llegar al Benidorm Fest no con algo pensado para venderte, sino para gustar desde nuestra esencia.
¿De qué manera os puede servir vuestra experiencia en ‘Factor X’ para afrontar el reto del Benidorm Fest?
A.L.: Sobre todo para el momento tele, con las cámaras… para saber movernos en el escenario y defender ahí nuestra propuesta y nuestra puesta en escena. Eso lo digo ahora muy tranquila, veremos luego cuando me suba en algún lado.
Habéis dicho que volvéis a la tele para lo bueno y para lo malo. ¿Qué tuvo de bueno y qué de malo esa experiencia en ‘Factor X’?
C.M.: Lo malo fue sentirte constantemente juzgada. También estás para eso, pero, para mí, esa fue una de las cosas más raras, la crítica no constructiva. Lo positivo fue el aprendizaje constante. En ese momento no teníamos un proyecto bien formado y éramos más pequeñas e inseguras, por eso esa parte fue una mala experiencia en ese momento.
¿Qué feedback habéis recibido sobre vuestra canción al enseñársela a personas de vuestro entorno?
C.M.: Amigos nuestros la han escuchado sin saber que nos habíamos presentado al Benidorm Fest, y les ha parecido un temazo.
A.L.: No sé si son bueno ojo juzgador, la verdad. A mi madre al principio no le entraba, pero luego, cuando sacamos el máster, dijo: ‘esto sí suena ya’.
C.M.: En general, en el equipo gusta mucho. Es muy pegadiza.
¿De qué habla la canción?
A.L.: Habla del ‘que sí, que no’ cuando conoces a alguien en verano. ‘¿Qué somos ahora en septiembre?’ Es un poco Danny Zuko en Grease.
En Italia tuvisteis una relación cercana con Måneskin, al participar en su misma edición de ‘X Factor’. ¿Habéis podido pedirles consejo?
A.L.: Es heavy porque hemos perdido todo el contacto con ellos, pero el recuerdo nos lo llevamos. Fueron las personas que mejor nos trataron en Italia, fueron como nuestros hermanos. Ellos querían aprender español y nosotras italiano porque no entendíamos ni papa.
C.M.: Nuestro nombre como grupo es por ellos, porque en muchas de sus canciones hacen referencia a una tal Marlena. En 2020 nos replanteamos nuestro proyecto y nació realmente Marlena, a raíz de empezar a componer canciones y de trabajar con nuestro equipo de RLM. Como nuestros orígenes fueron en X Factor Italia coincidiendo con Måneskin…
A.L.: Íbamos gritando como imbéciles cómo sonaba el nombre si de repente nos daban un premio. Y Marlena sonaba de puta madre.
¿Cómo os estáis preparando para la exposición que supone participar en el Benidorm Fest?
A.L.: De forma supernatural. Estamos acostumbradas, soy buena servidora de la crítica yo y convivo con ello muchísimo, pero creo que lo trataremos de la forma más normal y natural, siendo fieles a nosotras. Esto es lo que hay, estamos aquí por algo, y desde pequeña sé que no le puedes gustar a todo el mundo.
C.M.: Nuestro equipo, afortunadamente, ya ha trabajado con otros artistas que han vivido una experiencia similar, como Barei en su día, y van a estar ahí respaldando.
¿Qué expectativas tenéis con vuestra participación? Si algo han demostrado ediciones anteriores es que Eurovisión no es el único premio y hay otras muchas consecuencias buenas…
C.M.: Sería un regalo ganar el Benidorm Fest. Y en caso de no, ganar como proyecto, que el tema suene, tocar en festivales…
A.L.: Nosotras somos de mentalidad ganadora. Si vamos, vamos a ganar. Pero creo que va a haber un regalo por todas partes.
C.M.: Si no ganar como Blanca Paloma, marcarte un Nochentera y que tú proyecto de pronto impacte tan positivamente en toda España.
¿Tenéis algún referente eurovisivo?
A.L.: Llevamos enfocadas en Eurovisión los últimos cuatro años, en modo frikis. Antes no prestábamos mucha atención al festival, pero cuando participaron nuestros compañeros Måneskin y callaron bocas a todo el mundo fueron una referencia increíble. Aun sin haberles conocido, verles me excitó hasta a mí y soy lesbiana. Es otro rollo.
C.M.: Siempre hablamos mucho también de Duncan Laurence, ganador de Eurovisión 2019 con Arcade. Es muy referente, que de repente ganase una canción a piano fue muy guay.
¿Habéis descubierto a algún compañero de esta edición del Benidorm Fest que os haya gustado especialmente?
C.M.: Particularmente a Roger Padrós, quiero escucharle más. Hemos estado hablando de su tipo de música, y me apetece escuchar su proyecto. No le conocía tanto y para mí es un descubrimiento, es muy interesante.
¿Os veis dentro de 20-30 años haciendo música?
C.M.: Siempre decimos que ojalá ser referentes y artistas consagradas en el panorama musical. Queremos estar toda la vida dedicadas a la música…
A.L.: Y orgullosas de lo que hemos hecho.
¿Qué opina vuestro entorno de que os dediquéis a la música?
A.L.: Los papis siempre tienen ese punto de miedo porque es un mundo muy complicado. Y entiendo el punto de miedo, pero luego son los primeros que están ahí en todo. Son el máximo apoyo que tengo.
C.M.: La transición fue complicada. Nos conocimos estudiando la carrera y de repente nos fuimos a Italia a participar en X Factor. Yo tocaba la guitarra en grupos de amigos y Ana no cantaba nunca delante de nadie, así que fue romper con todo de repente. Realmente, los padres, con la boca pequeña, son los más fans.
¿Os acordáis del día que os conocisteis?
A.L.: Fue en casa de mi ex, ¡imagínate!
C.M.: Yo fui a esa casa con una amiga de la universidad, y nos conocimos ahí. De hecho, tenemos una foto de ese día.
A.L.: Y de ahí para siempre. La gente nos pregunta si somos pareja o hermanas, pero somos mejores amigas. Uña y carne.
Televisión
‘La Voz 2023’ eligió a sus cuatro finalistas y dejó a Malú fuera de la última gala

Se acerca el final de la décima edición de La Voz. El talent show de Antena 3 eligió anoche a los cuatro concursantes que se disputarán la victoria en la última gala de la temporada, que tendrá lugar la próxima semana.
Por el escenario fueron pasando los ochos semifinalistas que se habían ido ganando el cariño del público y los coaches. Elsa Tortonda y Phindile Felicia llegaban amparadas por Luis Fonsi; Pablo Verdeguer y Lucas Feliz contaban con el respaldo de Pablo López; Nereida Sanchón y Miguel Carrasco habían sido seleccionados por Antonio Orozco; y Larisa Rodríguez y Dária formaban parte del equipo de Malú.
Sólo cuatro de ellos podían clasificarse para la gala final, sólo aquellos que recibieran la máxima puntuación del público. Con sus llamadas telefónicas y sus votos en la web del programa, los espectadores premiaron el talento de Miguel, Nereida, Elsa y Pablo, a quienes veremos en el último espectáculo de la décima edición de La Voz.
Por lo tanto, Malú no estará representada en la gala final ya que ninguno de sus concursantes ha sido elegido por la audiencia. En cambio, Antonio Orozco consiguió colar a sus dos candidatos (Nereida y Miguel), y Luis Fonsi y Pablo López podrán animar a sus respectivos delegados, Elsa y Pablo.
La semifinal de La Voz contó con las actuaciones especiales de Niña Pastori, Abraham Mateo, Nil Moliner y Taburete. Los coaches también subieron al escenario para cantar con sus respectivos ‘alumnos’.
Televisión
Laura Londoño, tras ganar ‘MasterChef Celebrity España’ dejando todo en Colombia: “Estaría feliz de trabajar aquí”

Cuando hace unos meses empaquetó toda su vida en Colombia y puso rumbo a España junto a su familia, Laura Londoño no imaginaba estar una mañana de diciembre con el trofeo de MasterChef Celebrity 8 en sus manos. Un premio ganado a base de trabajo y autodeterminación, y que levantó por primera vez en la gran final del programa de La 1 que se emitió este jueves ante ante 1,2 millones de espectadores en prime time.
Todavía con la emoción del momento, la actriz explica qué le llevó a paralizar su carrera como actriz, en auge tras el éxito mundial de Café con aroma de mujer, por iniciarse en los fogones a kilómetros de casa. “Muchas veces en mi vida me veía viviendo aquí”, declara, al tiempo que confiesa que al embarcarse en ese “juego” tuvo “una dosis de valentía e ignorancia, porque no sabía dónde me estaba metiendo”.
Ahora, tras la exposición del talent show de TVE, Londoño cuenta cuáles son sus planes profesionales más inmediatos y aunque no desvela si le han llovido ofertas en producciones españolas a raíz de MasterChef, sí asegura que una de sus metas es hacer carrera en España: “Estoy disfrutando mucho esta ciudad y estaría feliz de trabajar más aquí. Vamos a ir viendo, seguramente van a salir cosas maravillosas más allá de lo que tengo ahora mismo”.
Tras protagonizar una serie de éxito mundial como Café con aroma de mujer te lloverían las ofertas. ¿Por qué decidiste parar por unos meses tu carrera como actriz para sumarte a esta aventura en un programa de entretenimiento, y en otro país?
Precisamente por todo eso que acabas de mencionar. Era una gran aventura y a mí me gustan las aventuras. Era un concurso y a mí me encanta jugar, con toda la seriedad con la que me tomo el juego, que es mi trabajo. Para mí la vida se trata de jugar y en el momento que dejamos de hacerlo ya estamos como viviendo horas extra. Es muy importante para mí en la vida no dejar de sorprenderme a mí misma, de descubrirme ante retos que no conozco, experiencias nuevas… Y España es un país que amo, que adoro, que he tenido la oportunidad de visitar otras veces y siempre he disfrutado enormemente, y muchas veces en mi vida me veía viviendo aquí. Ahora con mi familia era el paquete perfecto.
MasterChef es un formato que había visto, que había disfrutado y padecido como espectadora. Y hay una dosis de valentía, porque era un cambio muy grande, y también de ignorancia, porque aunque hubiera visto el formato algunas veces, ni siquiera el de España sino el de Colombia, no sabía dónde me estaba metiendo. Cuando dije ‘sí’ empecé a ver el programa y ahí me entraron los nervios infinitos. Entonces me puse a estudiar como loca y a entrenarme, con esa mira de venir a España a tener esta aventura con mi familia.
Cuando hiciste las maletas y te mudaste con tu familia a España por MasterChef, ¿cuáles eran tus expectativas?
Agradezco mucho a mi familia, y se lo decía durante el proceso, porque yo les dije que nos teníamos que embarcar en este viaje, con todo lo que eso implicaba, y me dijeron ‘listo, vamos’. Me preguntaron por cuánto tiempo y yo no tenía ni idea, podía ser poco y qué horror, ¡qué miedo! Podían echarme de MasterChef a la semana, pero como plan de familia decidimos que sí o sí nos íbamos a quedar dos meses. Y al final terminé haciendo el programa completo.
Cuando ya llegué al programa, por más que hubiéramos decidido quedarnos dos meses pasara lo que pasara, sabía lo que había significado para todos y para mí ese movimiento, y toda la energía que pusimos en hacerlo, que creo que por eso luché tanto para aprender de cero. No sabía cocinar nada, y no es una exageración: ¡nada! Y lo trabajé tanto para poder mantener esta aventura. Eso poco a poco me fue llevando a lo que vimos ayer: esa victoria que me hace sentir tan satisfecha, tan feliz y tan agradecida con ellos y conmigo.
Ahora indudablemente ha merecido la pena la apuesta, pero ¿en algún momento del programa dudaste de si habías tomado la decisión correcta dejándolo todo por MasterChef?
¡Claro! Quinientas veces. Pensaba ‘estoy loca, ¿a mí quién me manda? ¿por qué? ¿en qué me metí?’. Obviamente. Y no sólo esa duda, todo tipo de dudas. Siempre he sido una persona que duda un montón de sí misma, pero también tengo una autodeterminación tremenda. Es una mezcla rara. Y es verdad que veo el programa y no me veo como que dude tanto, pero por dentro soy un manojo de nervios, creo que todos son mejores que yo, que me van a ganar y que me van a echar en cualquier momento, que no sé qué estoy haciendo aquí… Y eso mismo me hace entrar en acción con esa determinación que tengo para estudiar más y más. Mi esposo me decía ‘Laura, tranquila, es un juego’. Así que sí, la duda siempre estuvo presente.
¿Crees que el hecho de ser un perfil nuevo en la televisión española ha jugado a tu favor, o has sentido que tenías que remar a contracorriente o que tenías desventaja respecto a tus compañeros?
Creo que las dos cosas. Esa frescura que mencionas la pude sentir en el comienzo del programa, que no sabía quién era nadie y no tenía ninguna idea preconcebida sobre mis compañeros. Eso creo que jugó a favor, porque venía más ligera de equipaje. Empecé de cero conociéndome genuinamente con todo el mundo, en las circunstancias en las que estábamos y no con lo que creía que alguien era o no era. Pero sí es verdad también que al venir de fuera a un entorno en el que todos se conocen entre sí, y ven que de no conocerme paso a ganar pruebas, también sentía eso.
Además, en un país en el que la gastronomía es tan enorme y tan maravillosa como lo es en España, veía que no eran mis sabores y tenía que replicar platos que nunca en mi vida había probado. No sabía a qué tenían que saber, no estaba en mi ADN. Eso era, obviamente, una desventaja desde ese lado para mí. Pero precisamente porque sentí esa desventaja desde el principio, que sabía que me iba a enfrentar a personas que cocinaban más que yo por esa tradición gastronómica, fue lo que me hizo estudiar tanto, ir a tantos restaurantes, tener tantos profesores y dedicarle tantas horas. Seguía creyendo que no estaba preparada y seguía preparándome hasta adquirir habilidades que me llevaron lejos.
Muchos espectadores veían claro un duelo contra Blanca Romero, que finalmente se quedó fuera de la final. ¿Tú también lo visualizabas? ¿Te habría gustado?
Me hubiera encantado. Me divertí mucho con Blanca, le decía que quería que llegásemos juntas a la final y ganásemos las dos. Me hubiera gustado mucho porque es una gran participante, una compañera, una amiga, una mujer muy divertida y la quiero mucho. Disfruté mucho con ella, y yo también me imaginé ese duelo.
A otros ganadores de MasterChef Celebrity, su paso por el programa les ha beneficiado profesionalmente al situarles en una posición mediática importante. ¿Cuál es tu objetivo tras ganar MasterChef? ¿Buscas hacer carrera en producciones de ficción españolas? ¿Has notado ya el impacto positivo en forma de ofertas?
Ahora estoy con el lanzamiento de Feroz, que es una marca de maquillaje que realmente lancé el año pasado en España aun sin saber que vendría a hacer MasterChef, ¡bendita coincidencia! Ahora estoy con ello más que nunca, abriendo puntos de venta. El maquillaje es como una herramienta que tenemos las mujeres en nuestro día a día y a mí me gusta compartir mi experiencia personal, de lo que ha significado para mí el hecho de conquistarme como mujer. No me sentía muy contenta con nuestra feminidad, porque sentía que era una desventaja, y a lo largo de los años he ido ganándome ese terreno. Es un proyecto muy especial para mí y es el que me tiene más anclada a España en este momento.
Ahora regreso a Bogotá dos meses a grabar la segunda y tercera temporada de Manes, que es una serie de Amazon Prime Video, una comedia romántica sobre cómo las mujeres vemos a los hombres en manada. Es muy divertida y muy linda. Y bueno, no sé. En España estoy feliz y encantada. Lo que más feliz me hace es ver a mis hijas felices aquí, estoy disfrutando mucho esta ciudad y estaría feliz de trabajar más aquí. Vamos a ir viendo, seguramente van a salir cosas maravillosas más allá de lo que tengo ahora mismo.
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