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Cultura

El maestro que prometió el mar: la belleza de una historia esencialmente bella

Hay historias cuyo único sentido es la belleza en su acepción más amplia, casi platónica. Lo bello es lo bueno, lo justo y lo ético, que no tanto lo armónico, lo útil o, simplemente, lo placentero. La que recupera la película El maestro que prometió el mar es, sin duda, una de ellas. Saber además que es cierta, que ocurrió y que su memoria se guarda como un tesoro en el pueblo de Bañuelos de Bureba en Burgos la convierte en casi un monumento; un monumento de belleza. Y de verdad. Y de tristeza también. Patricia Font cuenta lo sucedido a Antoni Benaiges, un maestro empeñado en serlo de forma, otra vez, bella y con todas las consecuencias. Le fue mal. Cosas de la barbarie de la Guerra Civil, la nuestra.

Enric Auquer es el encargado de darle vida. Estamos a pocos meses del golpe de Estado y el maestro sueña con que sus alumnos aprendan las letras, los números, los secretos de la misma vida y, ya puestos, que vean el mar. Eso en el pasado. En el presente, Laia Costa interpreta a la nieta de un hombre que fue alumno de Benaiges y que busca los restos de un antepasado desaparecido. Font se las arregla para coser las dos historia con sencillez, con delicadeza y muy pendiente de acariciar, antes que solo señalar o denunciar, las heridas de la memoria.

Digamos que la película crece y se hace fuerte en la meticulosa reconstrucción de lo que pasó, siempre muy pendiente de no dejarse atrapar por los clichés ya inevitables que acumula el género. Auquer demuestra una vez más su talento y facilidad para adaptarse a todos los registros. Sin embargo, la película duda y, por momentos, se atasca en la parte que discurre en el hoy. Toda la oscuridad que se refleja en el rostro del personaje de Laia Costa apenas está explicada o argumentada. Y lo peor, entorpece y resta protagonismo a lo que de verdad importa: la inmensa belleza triste de una historia perfecta. Y bella.

 

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Cultura

‘La violinista’, la historia de una creadora huérfana que eclipsó al mismísimo Vivaldi

De la vida de Antonio Vivaldi (1678-1741) no se sabe mucho, hay grandes huecos en su biografía, a pesar de que fue un compositor trascendente y extremadamente popular, en su tiempo y hasta hoy. Obras como Las cuatro estaciones forman parte tanto del repertorio clásico de todos los teatros y músicos del mundo como de la cultura popular: más de dos siglos después su música está en todas partes. Sus melodías se han usado desde cuentos infantiles, cine, anuncios de publicidad y una infinidad de ejemplos. Se ha escrito mucho sobre él (una búsqueda rápida arroja más de mil títulos tan sólo en español).

De Vivaldi se sabe que tuvo mucho éxito pero murió pobre en Viena. Que vivió en Venecia y en aquella ciudad, entonces una de las más influyentes del mundo conocido gracias a la riqueza de sus comerciantes, ejerció como músico, compositor y maestro. Lo fue en un orfanato de niñas abandonadas -el Ospedale della Pietà, fundado en 1336-, a las que enseñó violín y canto y cuyo coro dirigía mientras escribía sus obras más importantes. Tuvo una protegida, con la que viajó por Europa, pero hubo otra que llegó a eclipsar al maestro, influyéndole y participando incluso en algunas de sus composiciones. Su historia está documentada pero, de nuevo, faltan muchos huecos por completar. Fue Anna Maria della Pietà, injustamente olvidada por la historia, y cuya vida es rescatada ahora en una novela, la sensación de la temporada en ficción escrita por mujeres de acuerdo a publicaciones como The Guardian o el New York Times. Se titula La violinista, y está escrito por Harriet Constable, una periodista reconocida con numerosos galardones (ha trabajado para la BBC, la NPR, The Economist o Financial Times, entre otros) y últimamente involucrada en diferentes documentales.

La historia de Anna Maria y las huérfanas de La Pietà cayó en manos de Harriet, que había estudiado música en su infancia, en 2019 y ya no pudo despegarse de ella. Lo que más le impresionó, explica en una entrevista de visita en Madrid, fue lo talentosa que era y cómo se las arregló para triunfar partiendo de unas circunstancias tan adversas. «Fue abandonada y creció en un lugar muy oscuro, sin referentes saludables, y llegó a convertirse en una de las mejores violinistas del XVIII. Dicen incluso que llegó a eclipsar al gran Guiseppe Tartini», explica. «Pero lo que más me sorprendió de todo fue que nunca había oído hablar de ella».

Aunque puede parecer sorprendente que en un mundo tan desigual como el del siglo XVIII niñas pobres y abandonadas pudieran salir adelante gracias a la música, Constable cree que estaban en el lugar adecuado. «Venecia en aquel momento era la República de la Música», indica. El orfanato recibía muchas donaciones en una ciudad-estado en la que muchas de las niñas abandonadas eran hijas ilegítimas de nobles ricos y pese a la situación de pobreza, tenían a su alcance una cierta posibilidad de educarse y poder acceder a una vida relativamente cómoda.

Esa emoción en torno a la música, la hermandad de las huérfanas y la vida cotidiana están retratadas en La violinista de una manera luminosa, con muchos diálogos vivos, a través de escenas que describen con detalle el ambiente y no evitan las dificultades que vivieron, pero pone en valor las relaciones y el amor por la música. Anna Maria cuenta con mucha complicidad en la historia, la del mismo Vivaldi, pero también la de algunas educadoras, y sus inseparables amigas. Una de ellas, Ágata, no puede hablar a causa de una lesión en la cabeza cuando la abandonaron: las niñas sólo eran aceptadas en el orfanato si cabían en el torno que había en la puerta, y muchas de las personas que las dejaban allí forzaban la entrada para asegurar la supervivencia de la criatura. «Estas chicas vivieron una vida de grandes contrastes y quería representarlo de una manera justa», explica la autora, que menciona influencias que van desde Hamnet, de Maggie O’Farrell, a películas como Cisne negro (dirigida por Darren Aronofsky en 2010) o Whiplash (dirigida por Damien Chazelle en 2014) o la serie de Netflix Gambito de Gama. «Creo que la luz en sus vidas estaba en la música, y como sus vidas contenían multitudes quizás por eso la música que contribuyeron a crear sigue siendo tan poderosa 350 años después».

Vivaldi el villano
Para construir su historia, Constable se dedicó en cuerpo y alma a investigar la vida de Anna Maria, documentándose como si estuviese trabajando en un documental. No conocía Venecia, y decidió instalarse y vivir en la ciudad durante un mes. Se documentó allí tanto en los archivos como observando la vida estudiantil del conservatorio de la ciudad. Además, visitó con frecuencia la British Library a la vuelta en Londres, la Royal Academy of Msuic y aprendió a tocar el violín. Sin embargo, prefirió contar su historia desde la ficción y completar los huecos a través de la imaginación, en lugar de dedicarle una biografía o una obra de no ficción. «Yo siempre había pensado que en el futuro quería intentar escribir ficción», admite la autora, «pero no pensaba hacerlo tan pronto, lo veía más como una idea a retomar cuando me retirase de mi profesión. Pero con el encierro obligado de la pandemia pensé que era una buena oportunidad y en aquel momento ya tenía la historia entre las manos, así que decidí intentarlo».

También hurgó en la bibliografía de Vivaldi, que en la novela es un personaje secundario, retratado de manera compleja. Fue el maestro de Anna Maria y sus compañeras, la ayudó e impulsó su carrera (le compró un violín y le dio espacio y materiales para desarrollar su talento) pero también se apropió de algunas de sus composiciones. La tentación de retratarlo como un villano era demasiado grande, pero Constable decide no hacerlo. En una escena casi al final del libro, cuando Vivaldi ya ha decidido dejar Venecia y continuar su carrera en Viena junto a su protegida, Anna Maria confronta al maestro en un diálogo en el que se explican las circunstancias que el músico tuvo que vivir. «Como en el caso de la mayoría, mi primera experiencia con Vivaldi fue a través de la música, que por supuesto amo y forma parte de la banda sonora de mi vida, pero me sentí muy frustrada cuando supe que había trabajado en el orfanato y que el trabajo de Anna Maria había sido vital en sus composiciones pero su nombre ocupa todo el espacio», explica Constable. «Pero mi frustración no es tanto con él, aunque es cierto que aprovechó su posición de poder y control sobre una chica joven, sino con un sistema en el que el único nombre que eleva es el de Vivaldi y deja a las mujeres detrás».

Una de las cualidades del personaje construido por esta recién estrenada novelista es que la música que crea e interpreta se describe en el libro a través de los colores. Constable, con una formación reglada en la música, eligió hacerlo así para que las sensaciones que quería describir fuesen más fácilmente entendibles. Anna Maria, en la novela, es sinestésica, esto es, ve colores cuando escucha una nota musical, un fenómeno real que viven algunas personas. «Representar la música en el libro a través del lenguaje sabía que iba a ser un reto», explica. «Quería hacerla vibrante, emocionante y acogedora para todo el mundo sin importar si te gusta o no la música clásica o si la conoces».

Éxito inesperado
Desde su publicación en Gran Bretaña a principios de año, el libro ha tenido una gran repercusión. The Guardian la eligió como una de las diez mejores nuevas novelistas y ha sido elegido entre los mejores libros del año por la BBC y New Statesman, además de aparecer en la lista de mejores bestsellers del New York Times. «Por supuesto que ha sido una sorpresa encontrar este nivel de interés», admite la escritora. «Creo que tiene que ver con que es una historia real memorable, el tipo de historias que la gente está deseosa de conocer. Creo que a veces nuestra versión de la Historia es tan reducida que cuanto más rica en matices y más coloridos detalles más nos interesa. La historia que nos ha llegado está incompleta y este tipo de libros ayuda a completarla».

La ficción histórica ha abierto un camino profesional a Constable que no piensa abandonar. «Lo más maravilloso es que combina a la perfección la investigación periodística y la imaginación, así que ahora no voy a parar de hacerlo», responde. Mientras disfruta del éxito de La violinista, ya tiene listo el borrador de su siguiente novela, ambientada en el nacimiento de la ópera en París en la década de 1680. «Estoy fascinada con ese periodo, me he divertido mucho investigándolo», explica. «Es una historia más aventurera, hay una especie de persecución de gato y ratón». Además, dice tener muchas otras ideas para desarrollar. «Hemos pasado por alto tantas historias interesantes que no sé si voy a tener tiempo de desarrollarlas en una vida».

Fuente: el Periódico de España.

Ángeles Castellano.

 

 

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Cultura

El Palacio de Liria enseña al Colón más íntimo con una exposición de sus cartas y otras joyas de su colección americana

Cuando Cristóbal Colón se despedía de su hijo en una carta, el texto no se cerraba con un “besos” o “un abrazo”. Eran otros tiempos y otro uso del castellano, pero Colón, un hombre de antes, con una reputación noprecisamente buena y al que imaginamos recio, endurecido por sus aventuras y responsabilidades de gobierno, dejaba traslucir una cierta expresión de afecto al final de una misiva dirigida a su primogénito, Diego: “tu padre que te ama como así”, se puede leer. Más allá de esa despedida aparentemente sensible, aquella carta sorprende por su contenido, que tenía un objetivo claro: decirle al hijo, por entonces paje de la reina Isabel la Católica, que le hiciera entrega de otra carta para ella y también de una pepita de oro célebre en las colonias por su tamaño. Colón necesitaba congraciarse con la corona, porque sus relaciones con los monarcas no pasaban por su mejor momento. “Dáselo cuando acabe de comer, que creo que estará más dispuesta a oírte, y dile que es por agradecimiento a lo bien que se ha portado conmigo”, se puede leer en la carta.

Ese lado más íntimo del conquistador es uno de los aspectos en los que se ha querido enfocar la exposición Cartas de Colón. América en la Casa de Alba, que acaba de inaugurarse en el Palacio de Liria, la residencia estable de los duques a la cabeza de esta dinastía desde hace tres siglos. Allí se podrá visitar hasta el 16 de febrero. La muestra reúne por primera vez una gran parte del riquísimo patrimonio americano que está en manos de la familia, y que no solamente incluye 24 de las alrededor de 40 cartas autografiadas por Colón que se conservan, y que son las grandes estrellas de la exposición (cartas que el navegante escribió con su mano, que firmó o sobre las que hizo anotaciones), sino también muchos otros tesoros documentales y artísticos relacionados con su figura y con el proceso de conquista y gobierno de las colonias españolas en América a lo largo de varios siglos. Como las cartas, la mayor parte forman parte de la ‘colección americana’ de los fondos de la Casa de Alba, pero para completar la panorámica que se ofrece también los hay prestados por instituciones como el Museo del Prado, el Museo de América, el Archivo General de Indias o la Biblioteca Nacional.

La carta de Colón a su hijo Diego, de 1498. / FUNDACIÓN CASA DE ALBA. PALACIO DE LIRIA

Las cartas se han dispuesto en un display esférico que ocupa una de las salas del ala lateral del palacio donde se ubica la exposición, a la que se accede desde los jardines. Se han organizado en diferentes secciones y están acompañadas de otros documentos que tienen que ver con ellas y que nos sirven para ponerlas en contexto. Una de las secciones es el primer viaje colombino, cuando su expedición descubre la isla La Española (que hoy en día se dividen Santo Domingo y Haití). Podemos ver documentos en los que Colón apunta minuciosamente el salario de sus marineros, y también un dibujo del perfil de su costa. En ese momento todavía no sabía que aquella porción de tierra, en lugar de continente, era una isla. Otro bloque agrupa las cartas de Colón a los reyes y de los reyes a Colón mientras sus relaciones todavía iban bien. En el siguiente, en cambio, se reúnen documentos de la caída en desgracia del navegante, cuando siendo gobernador del Virreinato de las Indidas, los Reyes inician un proceso para destituirle por la mala administración de aquel territorio. Hay documentos del ‘juez pesquisador’ que hace la investigación y también están tres memoriales, de los cuatro que se conservan, que Colón redactó para defenderse.

Ofreciendo de nuevo esa versión más íntima están las «siete cartas de Colón al padre Gorricio, fraile de la Cartuja de Sevilla, que era donde Colón tenía depositados su dinero y también sus documentos”, apuntaba Consuelo Varela Bueno, investigadora de la Escuela de Estudios Hispanoamericanos del CSIC especializada en la figura de Cristóbal Colón. Varela es la comisaria de la exposición y hablaba con entusiasmo, durante su presentación, del material reunido para la muestra. “Esas son unas cartas muy bonitas, casi todas escritas desde Sanlúcar. Le dice, por ejemplo, que no ha podido zarpar porque hace mal tiempo en el estrecho. Y le pregunta qué pasa con el libro de las profecías, un libro que escriben juntos y en el que van recogiendo todas las profecías en las que se podía anunciar que había unas tierras más allá. En otra, Colón le cuenta que le duelen las manos y no puede escribir”. Con un carácter difícil al que no ayudaba una salud complicada (con 40 años ya era un enfermo crónico con artritis y y fuertes dolores de espalda), fray Gaspar de Gorricio será de sus pocos amigos y confidentes.

Una herencia histórica
Las célebres cartas de Colón llegaron a la actual casa de Alba cuando uno de sus antepasados, Jacobo Fitz-James Stuart y Burgh, precisamente el duque (de Berwick, todavía no de Alba) que pondría en marcha la construcción del palacio de la actual calle Princesa, se casó en 1716 con Catalina Ventura Colón de Portugal y Ayala, duquesa de Veragua. La familia de ésta era descendiente, y por tanto heredera, del conquistador, y la duquesa aportó al matrimonio, entre muchas cosas, un gran archivo de documentos y objetos americanos, cartas incluidas. Entonces eran más de 40, pero hubo una parte que acabaron en el Archivo de Indias cuando, tras la resolución del pleito de Veragua en 1790, después de tres siglos de litigio, la casa tuvo que devolver buena parte de aquellos bienes, pero las 24 cartas quedaron traspapeladas y, por la tanto, en sus manos.

Otro tema que recuerda la muestra es la falta de consenso sobre qué apariencia tenía el navegante, al que se define aquí como ‘el hombre sin rostro’. De los cientos de retratos suyos que se conocen, ninguno puede considerarse auténtico. Su imagen, además, va mutando a lo largo de los siglos: a veces es rubio y otras castaño, con nariz aguileña o más bien chato… En la exposición de Liria se recogen varios: en el más grande y espectacular, del siglo XVIII, el supuesto Colón aparece con lechuguilla (el collar de tela en torno al cuello tan típico del siglo de oro) y unos ropajes que no se corresponderían con la época en que vivió.

Más allá de Cristóbal Colón, la otra gran protagonista de la exposición organizada en Liria es Rosario Falcó y Osorio (1854-1904), bisabuela del actual duque y que, como explica Álvaro Romero Sánchez-Arjona, director cultural de la Fundación Casa de Alba, “es una noble que se va a salir de los estándares de la época, porque es una gran documentalista, va a organizar los archivos y además los va a publicar. Ella le decía a un académico que se avergonzaba de cómo España había organizado el cuarto centenario de América, pero sin duda las publicaciones que ella llevó a cabo en aquel momento [en 1892 edita en tomos facsímil muchos de los documentos que estaban en el archivo familiar] aportaron luz a ese periodo”. Rosario llegó a ser candidata a miembro de la Real Academia de la Historia, pero un gremio casi totalmente masculino se lo acabó impidiendo.

El archivo en torno a la figura de Colón y sus descendientes y las obras de arte repartidas por todo el recorrido, desde los retratos del navegante o de diferentes miembros de las casas de Berwick y Alba a lo largo de los siglos hasta escenas de la vida en la América de la conquista, no son los únicos tesoros que los visitantes podrán encontrar en la exposición. Una sala está dedicada a otro importante fondo documental, el Nobiliario de Indias, que lo conforman más de doscientos escudos de armas de la época y que eran concesiones que, por méritos diversos, concedían los reyes “a ciudades americanas, a españoles conquistadores pero también a la nobleza indígena: una serie de nobles que van a ser premiados e igualados por la corona”, cuenta Álvaro Romero. Un ejemplo es el hijo de Moctezuma, al que se le concede la cédula real «por sus servicios y los de su padre que ayudó y favoreció a D. Hernán Cortés a conquistar y pacificr las provincias de la Nueva España», se indica junto al documento. Hasta ahora, solo los especialistas habían tenido acceso a estos fondos, que se exponen por primera vez.

Escudo de Moctezuma con el que se le concedía lo condición de noble al hijo del emperador mexica. / FUNDACIÓN CASA DE ALBA. PALACIO DE LIRIA

El más pequeño de los espacios reúne arcas, baúles y diferentes objetos relacionados con la conquista y producidos a lo largo de los siglos en aquel continente, pero siguiendo los esquemas españoles. Romero destaca un arca del virreinato de Nueva España, el territorio que tenía su capital en la actual Ciudad de México. “A los españoles les llama la atención muy pronto la calidad de las maderas americanas por su resistencia a los insectos xilófagos, y también les gusta que huelen muy bien. Y ahí van a incorporar elementos como el carey, que es del Pacífico, o la plata de México”. Lo más curioso de todo, sin embargo, son unas pequeñas bandejas que tienen encima un cilindro. En él se introducía la jícara, la vasija en la que los españoles tomaban el chocolate muy caliente cuando este se puso de moda en el siglo XVII. El cilindro servía para sujetarlo sin quemarse. A ese objeto se le llama Mancerilla, y desde el otro lado de la sala lo mira el Marqués de Mancera. Tal era su pasión que bautizaron el cacharro con su nombre.

Fuente: el Periódico de España.

Jacobo de Arce.

 

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Cultura

Urtasun prepara un plan para llenar con colegios las salas de cine por las mañanas

l ministro de Cultura, Ernest Urtasun, ha anunciado en una entrevista con EFE un plan para que los colegios llenen las salas de cine por las mañanas, iniciativa con la que se busca por un lado crear una cultura cinéfila en los más pequeños y por otro ayudar a las exhibidoras.

El titular de Cultura, que ha recordado que esta iniciativa se lleva a cabo con éxito en Francia, ha encargado para ello un programa piloto en el que ya está trabajando el director general del Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales (ICAA), Ignasi Camós.

El programa ‘École et Cinéma’ se implementó en el país vecino en 1994 en la escuela elemental (de seis a nueve años) y en 2022 se amplió a la maternal (entre cinco y seis). Consiste en que los alumnos asistan como mínimo a tres proyecciones determinadas por curso, una por trimestre, con un precio de tres euros la sesión (este año por ejemplo incluyen la reciente ‘Wallace y Gromit’ o ‘Las aventuras del Príncipe Ahmed’, de 1926).

Se trata de uno de los planes que el ministro tiene en mente para acercar la cultura a toda la población, a todos los barrios y pueblos, una de sus obsesiones, confiesa este barcelonés de 42 años, que llegó en noviembre de 2023 como miembro de Sumar al Ejecutivo de coalición de Pedro Sánchez.

Plan Integral de Infraestructuras Culturales (Pitec)
Y para esto también prepara otras iniciativas importantes de cara a los próximos presupuestos generales del Estado. Una de ellas es la elaboración del Plan Integral de Infraestructuras Culturales en España (Pitec), «un mapeo de todas las infraestructuras culturales para asegurarnos que todo ciudadano en España tenga a menos de equis kilómetros un teatro, un cine, etcétera», ha explicado.

Basándonos en este mapa de todos los equipamientos culturales autonómicos, municipales y estatales, «orientaremos las inversiones que haremos el año que viene», ha afirmado, para tirar el muro geográfico que impide el acceso de amplias capas de la población a las artes.

En cuanto a la quizá aún más fundamental barrera económica, Urtasun asegura que se están estudiando en el marco de los presupuestos más iniciativas tras el éxito del bono cultural (400 euros para quienes cumplen los 18 años) y del cine senior (entradas a dos euros los martes para mayores de 65 años).

«Es verdad que la cuestión de superar la barrera de la renta me obsesiona», ha confesado el titular de Cultura, que ha aprovechado para animar a los jóvenes que aún no lo hayan hecho a solicitar la ayuda para adquirir productos culturales.

Fuente: El Periódico de España.

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