El ajuar de María de las Mercedes se confeccionó íntegramente en España por la empresa El Louvre, aunque alguna de las telas procedían del extranjero, como es el caso de los hijos de Irlanda, encajes de Francia y batistas de Holanda. Manos artesanas se ocuparon de bordar los pañuelos con la corona real encima de las iniciales de los reyes. En el libro La reina Mercedes, Ana de Sagrera recoge el total de las piezas del conjunto, así como los precios. Por ejemplo, tres docenas de enaguas para vestidos de cola, media cola y redondas por abajo ascendían a 3.210 pesetas; y seis docenas de medias dos de hilo escocés, dos de algodón, unas caladas y una de seda, a 780 pesetas.
El novio llegó a la basílica desde el Palacio de Oriente, preocupado por el estado de su futura, que había sufrido un ligero desvanecimiento. Vestía uniforme de pantalón blanco y guerrera azul marino con galones de capitán general y el Toisón de Oro. El templo había sido iluminado con más de mil cirios y decorado con colgantes de terciopelo carmesí bordados con las armas del escudo de España. El rito fue oficiado por el patriarca de las Indias, Francisco de Paula de Benavides. Antes de volver al alcázar, los recién casados recorrieron, montados en una carroza tirada por ocho caballos españoles, el paseo de Atocha, el Botánico, el paseo del Prado, la calle Alcalá, la Puerta del Sol, la calle Mayor y el Arco de la Armería.
Ese 23 de enero, día de San Alfonso, se organizaron en Madrid, entre otras actividades, un desfile de las Tropas de la Guarnición en la plaza de Oriente y funciones en los teatros Alhambra, Apolo, Comedia, Español, Infantil, Martín, Novedades, Variedades y Zarzuela. Para que el pan no faltara en ninguna casa, este se incluyó como limosna en el programa de actos públicos. La noche de bodas se encendieron por primera vez luces eléctricas en la Puerta del Sol a través de faroles con arcos voltaicos y las fuentes de Cibeles y Neptuno se rodearon con mecheros de gas encerrados en globos de colores. El Ayuntamiento había abierto una calle con el nombre de Reina Mercedes y había metido prisa para que se acabasen las obras del hipódromo, al final del paseo de la Castellana. También se concedieron algunos indultos y la mayoría de las Diputaciones Provinciales conmemoraron la fecha construyendo carreteras, escuelas, hospitales… El pueblo respondió a tanto gesto sufragado con sus tributos componiendo una coplilla que rezaba: “Quieren hoy con más delirio, a su rey los españoles, pues por amor va a casarse, como se casan los pobres”.
Esa misma noche, los reyes presidieron un gran banquete en el Palacio de Oriente y al día siguiente una recepción en el Salón del Trono. Para cubrir el lecho real se utilizó un tapiz bordado en oro que había sido confeccionado y recientemente restaurado en la Real Fábrica de Tapices.
El día 25, la familia real en pleno asistió a la corrida que el Ayuntamiento había costeado y que tuvo como protagonista al torero Frascuelo. Al atardecer, cruzaron hasta el Teatro Real para asistir al estreno de la ópera nacional Roger de Flor, de Ruperto Chapí, interpretada por dos pesos pesados italianos: Enrico Tamberlick y la Borghi.
Por fin, el día 28 de enero, Alfonso y María de las Mercedes se despidieron de los duques de Montpensier y sus hijos, que se instalaron durante unos días en El Escorial; de los reyes María Cristina y Francisco de Asís (suegra y yerno se volvieron a París), y de los embajadores llegados para la boda.
Hasta mediados del mes de febrero, el monarca y su consorte disfrutaron de su luna de miel en El Pardo, donde comían poco y casi no salían de la cama. De vuelta en el Palacio Real de Madrid, la reina de las copillas demostró más interés por los juegos infantiles compartidos con sus primas, las infantas Pilar, Paz y Eulalia, que por sus deberes. Unas tareas de representación que siguió llevando a cabo, encantada, la infanta Isabel, quien siempre reprendió al resto de la familia con aquello de “una es infanta antes que mujer”.
A principios del mes de marzo, la reina se quedó embarazada y los médicos le recomendaron reposo como fórmula para aliviar su malestar. Antes de estrenar abril, María de las Mercedes sufrió un aborto. Durante toda la primavera, la salud de la consorte siguió preocupando en la corte hasta que en junio pareció mejorar, aunque la paciente, muy pálida, continuó sintiendo escalofríos, fiebre y agotamiento. Muchos especularon con que estaba de nuevo encinta. El 18, la joven volvió a la cama víctima de unas hemorragias intestinales y se decidió cancelar todos los actos públicos dentro de palacio, se prohibió el uso de trompetas y se cubrió de tierra la calle de Bailén para que las ruedas sobre el empedrado no molestasen a la dama. Los galenos no se apresuraron a publicar un diagnóstico, aunque por todo Madrid corría el rumor de que la reina se moría de tifus. El 24, mientras sonaban las salvas de cañonazos para celebrar su 18 cumpleaños, María de las Mercedes recibió la extremaunción entre constantes vómitos de sangre.
Dos días después, pasadas las 12 del mediodía, la Orleans, a la que ya era difícil reconocer, falleció en los brazos de su amado Alfonso XII. Con esta muerte nació la leyenda de opereta de la dalia que cuidaba Sevilla y el real mozo muy cortesano con bigote y patillas. Entonces, se empezó a contar que, años atrás, una adivina le había leído la palma de la mano a María de las Mercedes, asegurándole que “veo en tu mano una corona de reina. Veo que serás coronada por gracia de tus virtudes y por virtud de tus gracias; un rey y un pueblo estarán de rodillas a tus pies… Pero ¡oh!”. Y lanzando ese grito, horrorizada por lo que había visto, la vidente huyó despavorida.